10 agosto, 2024

La temporalidad plural de la multitud

Vittorio Morfino, La temporalidad plural de la multitud, publicado originalmente en YoukaliRevista crítica de las artes y el pensamiento, no, 4, 2007, pp. 5-30. PDF

                                    Vittorio Morfino / Trad. Roberto Peña León

Afrontar la cuestión de la temporalidad de la multitudo significa no tanto pensar la multitudo en un tiempo cualitativamente ya dado como sujeto de una política o de una filosofía de la historia, de una utopía o de una distopía, sino más bien pensar qué concepto específico de tiempo es implícitamente propio de aquella extraordinaria categoría que Espinosa alcanzó a formular en su obra más madura, el Tratado Político, como bisagra de su teoría política. Si, como dicen muchos intérpretes, el concepto de multitud es radicalmente distinto del concepto de pueblo, lo es sobre todo porque en su base hay una temporalidad diferente que, según creo, no ha sido suficientemente pensada.

[…]

4. Temporalidad plural

En mi opinión, para pensar en toda su radicalidad la novedad del concepto espinosiano de multitud, es necesario un concepto de temporalidad completamente distinto de aquel de contemporaneidad esencial. De hecho, en Espinosa falta, antes aun que el Dios trascendente (o inmanente, pero según un modelo expresivo) como reloj del ser, la temporalidad original del ego que se intuye como presente en el momento de la cogitatio.

La temporalidad de la multitud debe ser pensada como el lugar del no contemporáneo, de la imposible contemporaneidad, y esto porque el propio individuo es una multitud, no es contemporáneo a sí mismo, no se reencuentra a sí mismo en la temporalidad original de la cogitatio o en la selfconsciousness lockiana. Contra la tradición Descartes-Locke, Espinosa recoge a Lucrecio y su teoría de los simulacra, de


(...) algunas de cierto huellas de formas

que andan doquiera volando, de filo /

en filo tan fino que gozan

que verse una a una no pueden aparte /

una de otra.

Así, estos simulacros fluyen de la superficie desde los cuerpos de continuo, texturas rerum tenuis tenuisque figuras. No se trata por lo tanto de una acción transitiva a través del simulacro del objeto sobre el sujeto de la percepción (acción que permitiría disponer sobre una línea-tiempo las percepciones sucesivas), sino más bien de una acción de la textura rerum a través de la textura de los simulacra sobre la textura del cuerpo:


O si será más verdad que, como en lo que tiempo se siente

Uno, esto es, en lo que una palabra sola resuene,

tiempos muchos están, que razón averigua, latentes.

In uno tempore, tempora multa latent. En un instante se esconde un entrecruzamiento de temporalidades. Ese mismo entrecruzamiento del que habla Jankélévitch a propósito del fondo teórico del concepto maquiaveliano de ocasión


La ocasión –escribe- no es el instante de un devenir solitario, sino el instante complicado del “policronismo”, esto es, del “esporadismo” y de la pluralidad de las duraciones de las cosas. Si, en lugar de dividirse según medidas de tiempo distintas, las duraciones fuesen acordadas entre sí desde una armonía preestablecida, o si, en lugar de acordarse algunas veces, formasen entre sí una cacofonía absolutamente informe, no habría lugar para la ocasión. La ocasión milagrosa depende de la polimetría y de la polirritmia, tanto como de la interferencia momentánea del devenir.

Es por tanto a esta tradición, que Althusser llama tradición subterránea del materialismo del encuentro, a la que nos tenemos que dirigir para tratar de pensar la temporalidad específica de la multitud. Y es, dicho sea de paso, la única tradición filosófica que Espinosa reconoce como propia.

09 agosto, 2024

Vestigia: El tiempo de la multitud

Reseña de Vittorio Morfino, El tiempo de la multitud, en Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento, no. 16, Madrid, 2014, pp. 137-141.

                                                  Aurelio Sainz Pezonaga

Tierradenadie ediciones ha publicado recientemente El tiempo de la multitud de Vittorio Morfino. Morfino es uno de esos nuevos lectores de Spinoza que, como Warren Montag o Laurent Bove, por nombrar autores cuyas obras más importantes sobre Spinoza han sido traducidas también al castellano por Tierradenadie ediciones, están construyendo una nueva mirada de la filosofía del pensador del conatus.

Profesor de la Universidad Milán-Bicocca, Morfino lleva años trabajando en torno a una nueva hipótesis para el materialismo filosófico. Su hipótesis enlaza las aportaciones de Spinoza y Althusser, pero está igualmente conectada a las aventuras intelectuales, tan distantes entre sí y al mismo tiempo tan próximas, de Lucrecio, Maquiavelo, Marx, Darwin o Negri.

Esa nueva hipótesis descansa, y ésta es una discusión que recorre todo El tiempo de la multitud, en lo que Morfino llama el “primado[1] del encuentro sobre la forma”. El marco y las estrategias con los que la hipótesis está elaborada son los propios de la historia de la filosofía: resolución de problemas de lectura de autores clásicos, esclarecimiento de supuestos, proposición de alternativas interpretativas, trazado de líneas de demarcación, diferenciación entre propuestas filosóficas, descubrimiento de afinidades entre pensadores históricamente distantes...

Los dos últimos procedimientos citados conducen gran parte de la argumentación del libro. La investigación de Morfino avanza en buena medida estableciendo diferencias. Así traza las diferencias entre una concepción teleológica de la forma como la de Aristóteles y la concepción materialista que expone Lucrecio, entre una relación con el otro definida por la intersubjetividad (Husserl-Leibniz) y otra pensada como interindividualidad (Simondon-Spinoza), entre un concepto idealista de la libertad (Schelling-Heidegger) y otro materialista (Spinoza), entre una aproximación dialéctico-teleológica a la violencia (Hegel-Engels) y otra arqueológica (Marx-Althusser), etc.: 1885-477X YOUKALI, 16 página 137 A

A su vez, la construcción de afinidades (Lucrecio - Maquiavelo - Spinoza - Darwin - Marx - Simondon - Althusser) no es menos fundamental para la exquisita elaboración del concepto del primado del encuentro sobre la forma que realiza Morfino. Pero, el terreno donde el concepto se pone a prueba es, seguramente, el despliegue de las consecuencias que del mismo se siguen para la política.

Obviamente reproducir en una reseña la riqueza de las argumentaciones del libro de Morfino es tarea imposible. Nos contentaremos con esbozar el esqueleto conceptual de El tiempo de la multitud por si puede servir de presentación somera de una obra que es una apuesta filosófica exigente y arriesgada, y que exige y arriesga también en su modo de exposición.

Empecemos por el significado del concepto principal: el primado del encuentro sobre la forma. Que el encuentro prime sobre la forma significa que toda determinación consiste en la concurrencia contingente de otras múltiples determinaciones. Ya sea una persona, un colectivo, una institución, un aparato, un sistema de producción y distribución, un modo de producción, una formación social o una situación histórica..., lo que explica su esencia, su forma, su configuración es una composición aleatoria de elementos heterogéneos entrelazados y su articulación con otras realidades igualmente diversas. Se podría decir que, en el primado del encuentro sobre la forma, Morfino pone a filosofar la metáfora del encuentro junto con la metáfora del tejido y la idea de una dinámica sin timonel.

Iremos viendo cómo se concreta está primera aproximación abstracta. Por ahora, conviene señalar que los puntales que concurren para sostener el primado del encuentro sobre la forma son tres: la contingencia del encuentro, la heterogeneidad de los elementos, la relacionalidad constitutiva de toda determinación.

03 agosto, 2024

Spinoza: poder y libertad

Marilena Chaui, “Spinoza: poder y libertad”, en Atilio A. Boron (ed.), La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, Buenos Aires, CLACSO, 2000, pp. 111-141. PDF

Marilena Chaui 

                                            1. La tradición

La tradición teológico-metafísica estableció un conjunto de distinciones con las que pretendía separar la libertad y la necesidad. Se decía que era “por naturaleza” lo que sucedía “por necesidad” y, al contrario, que era “por voluntad” lo que sucedía “por libertad”. Identificando lo natural y lo necesario por un lado, y lo voluntario y lo libre por el otro, la tradición fue llevada a afirmar que Dios, siendo omnipotente y omnisciente, no puede actuar por necesidad sino solamente por libertad y, por lo tanto, solamente por voluntad. Esto no significaba que la acción voluntaria no tuviera causa, y en cambio sí que la causa de la acción libre era distinta de la causa de los acontecimientos necesarios. La causalidad por necesidad era la causalidad eficiente, en la cual el efecto es necesariamente producido por la causa. En contrapartida, la causalidad por libertad era la causalidad final, en la que el agente opera escogiendo el fin. De esta manera, la necesidad natural era explicada como operación de la causa eficiente, en cuanto la libertad divina y humana era explicada como operación de la causa final. Por eso mismo, la acción voluntaria era considerada como acción inteligente y conciente, mientras la operación natural o necesaria era considerada como operación ciega y bruta, como un automatismo irracional.

Identificando libertad y elección voluntaria, e imaginando los objetos de la elección como contingentes (esto es, como pudiendo ser o no ser, ser éstos u otros), la tradición teológico-metafísica afirmó que el mundo existe simplemente porque Dios así lo quiso o porque Su voluntad así lo decidió y lo eligió, y podría no existir o ser diferente de lo que es si Dios así lo hubiera escogido.

Si el mundo es contingente, porque es fruto de una elección contingente de Dios, entonces las leyes de la Naturaleza y las verdades (como las de la matemática) son en sí mismas contingentes, haciéndose necesarias sólo por un decreto de Dios, que las conserva inmutables. Así, la necesidad (esto es, lo que solamente puede ser exactamente tal cual es, siendo imposible que sea diferente de lo que es) se identifica con el acto divino de decretar leyes, o sea, la necesidad no es más que la autoridad de Dios, que decide arbitrariamente que, mientras así lo desee, 2 y 2 serán 4, la suma de los ángulos de un triángulo será igual a dos ángulos rectos, los cuerpos pesados caerán, los astros girarán elípticamente en los cielos, etc. Por Su Providencia, Dios puede hacer que tales cosas sean siempre de la misma manera -necesarias para nosotros, pero contingentes en sí mismas-, como también puede manifestar la omnipotencia de Su libertad haciéndolas sufrir alteraciones, como en el caso de los milagros. Se comprende entonces por qué tradicionalmente la libertad y la necesidad fueron consideradas como opuestas y contrarias, pues la primera ha sido imaginada como elección contingente de alternativas también contingentes, y la segunda como decreto de una autoridad absoluta.

Este conjunto de distinciones tradicionales tuvo un papel decisivo en la fundamentación de las teorías de la monarquía por derecho divino (o por gracia divina) y en las teorías iusnaturalistas.

La teoría de la monarquía absoluta por derecho divino es teocrática: el rey es soberano por la voluntad de Dios (o por la gracia divina), de quien recibe no sólo el poder sino también las marcas que lo hacen semejante al monarca celeste. Éste es una persona trascendente al universo, dotado de inteligencia omnisciente y de voluntad omnipotente, creador del mundo a partir de la nada, simplemente por un acto contingente de su voluntad que así lo quiso. De la misma manera, el monarca terrestre, escogido contingentemente por la voluntad divina, es aquella persona situada fuera y arriba de la sociedad, cuya voluntad tiene fuerza de ley y que, estando arriba de la ley, no puede ser juzgado por nadie.

En la tradición iusnaturalista el vínculo entre el derecho natural y la voluntad libre se desenvolvía en dos direcciones. La primera es la del derecho natural objetivo, según el cual la voluntad de Dios crea la Naturaleza como orden jurídico originario, decretando una justicia originaria que autoriza ciertas acciones y prohíbe otras (por ello el pecado original de Adán sería una trasgresión jurídica que heriría al derecho natural), por lo que nacemos con el sentimiento natural de lo justo y de lo injusto. Existe pues un orden jurídico natural que antecede al orden positivo, es decir, al orden jurídico-político, cuya calidad o perfección es evaluada por su proximidad o distancia con respecto al orden natural. El “buen régimen” y el “régimen político corrupto” son evaluaciones determinadas por el conocimiento del buen orden natural jurídico. La segunda dirección es la del derecho natural subjetivo, según el cual la razón y la voluntad distinguen al hombre de las meras cosas y lo hacen ser una persona cuyo derecho natural es “el dictado de la razón”, que le enseña cuáles son los actos conformes y cuáles son contrarios a su naturaleza racional. Ahora, es la idea de una naturaleza humana universal la que sirve de criterio para evaluar si el orden político está o no en conformidad con la Naturaleza, esto es, conforme con la naturaleza racional de los hombres. La teoría del derecho natural objetivo tiene su fundamento en la razón divina, mientras que la teoría del derecho natural subjetivo se funda en la naturaleza racional del hombre. En otras palabras, al voluntarismo de las teorías teocráticas del favor o gracia divinos, que sostienen la teoría de la monarquía por derecho divino, se contrapone el racionalismo jurídico iusnaturalista.

Si el fundamento último de las teorías absolutistas es la imagen de Dios como voluntad trascendente que actúa de forma contingente y que, gracias a un favor incomprensible, escoge al gobernante, en contrapartida el fundamento de la teoría del derecho objetivo es la trascendencia de la Naturaleza que crea un orden jurídico anterior al orden político. A su vez, el fundamento de la teoría del derecho natural subjetivo es la trascendencia de la Razón, que define al hombre como animal racional libre o como voluntad libre guiada por la razón, capaz de escoger entre el bien y el mal. Esta elección es contingente porque un acto es voluntario sólo si es una elección incondicionada o indeterminada, y únicamente la razón puede y debe guiar una elección para que sea naturalmente buena o la mejor. Es por un dictado de la razón que los hombres deciden pactar e instituir el Estado.

La filosofía spinoziana es la demolición del edificio filosófico político erguido sobre el fundamento de la trascendencia de Dios, de la Naturaleza y de la Razón. También se vuelve en contra del voluntarismo finalista que sostiene el imaginario de la contingencia en las acciones divinas, naturales y humanas. La filosofía de Spinoza demuestra que la imagen de Dios como intelecto y voluntad libre, y la del hombre como animal racional y como libre arbitrio, actuando conforme a fines, son imágenes nacidas del desconocimiento de las verdaderas causas y acciones de todas las cosas. Estas nociones forman un sistema de creencias y de prejuicios generado por el miedo y por la esperanza, sentimientos que dan origen a la superstición, alimentándola con la religión, y conservándola con la teología por un lado, y con el moralismo normativo de los filósofos por el otro.

27 julio, 2024

Abensour: Spinoza y la espinosa cuestión de la servidumbre voluntaria

Miguel Abensour, “Spinoza y la espinosa cuestión de la servidumbre voluntaria”, en Scheherezade Pinilla Cañadas y José Luis Villacañas Berlanga (eds.), La utopía de los libros: politica y filosofía de Miguel Abensour, Madrid, Biblioteca Nueva, 2016, pp. 19-40. PDF

Miguel Abensour 

Hay lecturas que son necesarias para abordar la actualidad y complejidad de la cuestión de la servidumbre voluntaria --el problema fundamental de la filosofía política. Abordar las cuestiones --la constitución del Uno y los otros en relación con el poder, la heteronomía del deseo, el papel de la costumbre, la amistad vs obediencia-- que plantea la pregunta esbozada por La Boétie y articulada por Spinoza: “¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si fuera su salvación?”, nos permitirán reconstruir nuestro propio contexto político, de ahí la relevancia del ensayo de Miguel Abensour, entre otros autores.


20 julio, 2024

Spinoza. Una antropología radical

 María Luisa de la Cámara y Julián Carvajal (eds.), “Introducción”, en Spinoza y la antropología de la Modernidad, Hildesheim, Georg Olms Verlag, 2017, pp 7-22. PDF

María Luisa de la Cámara y Julián Carvajal

Sostiene José Ortega y Gasset en la Lección IV de ¿Qué es filosofía? que la problematicidad teórica es un rasgo diferencial de la filosofía. Estamos con el escritor español cuando afirma que el comienzo de la filosofía, y su fundamento, es la pregunta radical. Sin embargo, el cuestionamiento filosófico no es algo misterioso sino que afecta, en realidad, a algo que está ahí mismo, delante de nosotros o junto a nosotros. Y añadimos a esa idea suya que los genuinos interrogantes, además de engendrar y provocar la reflexión, desempeñan, una función heurística como guías que acompañan la investigación. Alexandre Matheron es de los filósofos que más han contribuido a mostrar ese doble poder, generador de pensamiento y metodológico, de los interrogantes filosóficos, cuando, en el curso de un antiguo artículo titulado «L’anthropologie spinoziste?» (1978), se preguntaba: «Y a t-il vraiment, en tout rigueur, une anthropologie spinoziste?». Que se exprese en estos términos quien había consagrado dos libros emblemáticos –Individu et communauté chez Spinoza (1968) y Le Christ et le salut des ignorants (1971)– al examen de las interacciones afectivas y culturales entre los hombres, y excelente conocedor de Spinoza, no deja de resultar chocante. Es sin duda su audacia filosófica la que le lleva a interrogarse por la antropología precisamente en relación con un corpus filosófico que, a la vista está, trata del hombre y de ninguna otra cosa que de los hombres.

Realizando nosotros en este libro un recorrido argumentativo diferente del efectuado por el especialista francés en el artículo citado, queremos mostrar a lo largo de estas páginas, y sin ánimo retórico, que en Spinoza existe una antropología y también que no la hay. En efecto, no encontraremos en sus obras nada parecido al discurso antropológico generalista en sentido clásico, aunque paradójicamente descubriremos en ellas los elementos para una antropología radical. Es cierto que el término antropología no es utilizado por Spinoza para definir su filosofía, pero los lectores saben bien que el hombre, que los hombres, y que las cosas humanas en medio del orden natural, tienen para Spinoza un interés central, llegando a adquirir su filosofía del hombre en el corpus spinozista una magnitud extraordinaria en cantidad y cualidad.

Ahora bien, rechazando definir el concepto hombre como el objeto inmutable de una eventual antropología regional, y lejos de hacer del hombre el centro geográfico del universo, Spinoza nos enseña –mientras la construye en el pensamiento– que la esencia o naturaleza individual de cada hombre, es decir, su deseo expresado a través de sus afectos, difiere de la naturaleza de otro (E3p57dem) tanto como difiere de la esencia de los animales. Es que Spinoza se interesa por el hombre concreto que vive y actúa entre otros seres concretos; su identidad depende de la forma en que unos hombres son modelados por otros hombres y por las circunstancias históricas y culturales, que a su vez quedarán modificadas bajo su acción. Las esencias de los hombres se despliegan según una gama infinita de riqueza y diversidad, que hacen de cada uno una realidad extraordinariamente diversa pero limitada. En ese sentido Ruth L. Saw evoca en un artículo sobre la identidad de los hombres la tesis de H.F. Hallett, que reproducimos aquí: «The human body in the midst of nature, is, indeed, very roughly analogous to an instrument in an orchestra: its contribution is a part of the whole symphony, but is also sotto voce contributes a reproduction of the whole; each instrument takes its part with the others in the whole, but a very acute ear would detect it playing its own responsive, and therefore selective, version of the whole in a normally undetected undertone».

¡Feliz analogía ésta que ve en cada hombre a uno de los múltiples y variados instrumentos de una orquesta!

13 julio, 2024

Multitud y poder: una aproximación naturalista al Tratado político de Spinoza

José Pedro Pizarro Suescum, “Multitud  poder: una aproximación naturalista al Tratado político de Spinoza”, en Co-herencia, vol. 15, núm. 28, 2018, pp. 209-222. PDF

José Pedro Pizarro Suescum

Resumen. I. Los seres humanos deben ser concebidos, como cualesquiera otras cosas singulares, dentro del orden común de la naturaleza. Este naturalismo permite entender que la potencia y el derecho coinciden en una ecuación perfecta, de tal modo que no es preciso apelar al contrato para explicar la génesis del Estado. II. Como la potencia de los individuos coincide, asimismo, con el conjunto de relaciones que éstos son capaces de movilizar en su esencia y operación, el Estado se deine como potencia de la multitud, es decir, como individuo compuesto capaz de constituir una unidad operativa. III. Tan pronto como todo orden humano es un orden de afectos, se entiende que los derechos no podrán conservarse más que por el mutuo afecto de los hombres. De ahí que todo Estado deba reinventar sus estructuras de continuo mediante la cooperación y la ayuda mutua entre los hombres.

Así como en Ética 3 Spinoza acomete una completa naturalización de la vida humana, la cual sólo puede entenderse dentro del orden común de la naturaleza, en el TTP nuestro autor establece un cierto principio de igualdad entre las naciones. Y es que la ilusión de superioridad de unas naciones sobre otras no es más que una estrategia de airmación supersticiosa de la idiosincrasia de un pueblo dado. Es por ello por lo que el ingenium del pueblo hebreo no habría de ser contemplado en términos de excepción sino en términos de singularidad. En verdad, la naturaleza:

[…] no crea las naciones, sino los individuos, los cuales no se distribuyen en naciones sino por la diversidad de lenguas, de leyes, y de costumbres practicadas; y sólo de éstas dos, es decir, de las leyes y la costumbres, puede derivarse que una nación tenga un ingenio singular, una condición particular y, en fin, unos prejuicios concretos [singulare ingenium, singularem conditionem & denique singularia praejudicia]. (Spinoza, 1972, vol. 3, p. 217; 2008, TP, 2010, xvii, p. 378)

Podría decirse, en una primera aproximación, que esta tesis es radicalizada en el TP en su sentido más naturalista:

Puesto que todos los hombres, ya sean bárbaros o cultos, se unen en todas partes por costumbres y forman algún estado civil, las causas y los fundamentos del Estado no habrá que extraerlos de las enseñanzas de la razón, sino que deben ser deducidos de la naturaleza o condición común de los hombres. (Spinoza, TP, 2010, p. 88)

De ahí que los hombres deban ser considerados en términos de afecto y no de razón. Es en este sentido que la unión entre los hombres, si bien sienta las bases de la racionalidad en términos de cooperación y ayuda mutua, se basa más bien en mecanismos imaginativos que racionales. No en vano dicha unión lo es de fuerzas y deseos sustraídos a todo cálculo o gestión:

[…] por derecho natural entiendo las mismas leyes o reglas conforme a las cuales se hacen todas las cosas, esto es, la misma potencia [potentiam] de la naturaleza. De ahí que el derecho natural de cada individuo se entiende hasta donde llega su potencia [potentia]. Por consiguiente, todo cuanto hace [agit] cada hombre en virtud de las leyes de su naturaleza, lo hace [agit] con el máximo derecho de la naturaleza, y tiene tanto derecho en [in] la naturaleza como de potencia [potentia] goza. (Spinoza, 1972, vol. 3, p. 277; TP, 2010, pp. 90-91)

Y así, la tarea de una buena política consistiría en alcanzar una razonable canalización de las diversas potencias que constituyen un espacio civil dado; sobre todo considerando que dichas potencias pueden desplegarse en detrimento y ruina del Estado. Sin embargo, es claro que la unión hace la fuerza:

Si dos convienen a la vez [simul] y unen sus fuerzas, pueden más juntos [plus simul possunt], y en consecuencia tienen más derecho en la naturaleza [in naturam] que cada uno por sí solo. Y cuanto más sean los que así se unen, tanto más derecho tendrán unidos a la vez [simul]. (Spinoza, 1972, TP, vol. 3, p. 281)

Pero ocurre, empero, que esa unión, en cuanto fundada en afectos variables y transitorios, es sobrada razón para la cautela:

En la medida en que los hombres son atormentados [conlictantur] por la ira, la envidia o cualquier afecto de odio, son arrastrados en diversas direcciones y se enfrentan unos a otros. Por eso mismo, hay que temerlos tanto más cuanto más pueden [quo plus possunt] y por cuanto son más perspicaces y astutos que los demás animales. Y como los hombres, por lo general (como dijimos en el § 5 del capítulo precedente) están por naturaleza atravesados por los afectos [affectibus natura sunt obnoxii], los hombres son enemigos por naturaleza. (Spinoza, 1972, vol. 3, p. 281; TP, 2010, p. 98)

Ahora bien, si la vida humana no es concebible sino en términos de relación (commercium), nada extraño entonces si los derechos, a la postre, no pueden ser más que comunes. Siendo así que del mismo modo que la potencia de un individuo se constituye en las relaciones que éste moviliza en su esencia y operación, el derecho del individuo no podrá concebirse más que en término de cooperación:

[…] en la medida en que el derecho natural de cada individuo se determina por su potencia [potentia] y es el de uno solo, no es derecho alguno; consiste en una opinión más que en una realidad, puesto que su garantía de éxito es nula. Pues es cierto [certum est] que uno puede tanto menos, y, en consecuencia, tiene tanto menos derecho, cuanto mayor causa tiene para temer [tanto minus posse et consequenter tanto minus juris habere, quanto majorem timendi causam habet]. Añádese a ello que, sin la ayuda mutua, los hombres apenas pueden sustentar su vida y cultivar su mente. (Spinoza, 1972, vol. 3, p. 281; TP, 2010, pp. 98-99)

Así las cosas, es menester entender el Estado (imperium) en términos de individualidad compleja, puesto que en verdad el Estado no es más que la articulación de las fuerzas que componen el espacio civil:

[…] el derecho del Estado o supremas potestades no es sino el mismo derecho natural, en cuanto viene determinado por la potencia [potentia], no de cada uno, sino de la multitud que se rige [ducitur] como por una sola mente. Es decir, que lo mismo que cada individuo en el estado natural, también el cuerpo y la mente de todo el Estado tiene tanto derecho como potencia [potentia] tiene. (Spinoza, 1972, vol. 3, pp. 284- 285; TP, 2010, pp. 106-107)

06 julio, 2024

Spinoza reloaded: Estructuras y política en Frédéric Lordon

Xavier Granell Oteiza / Trad. Alfredo Lucero Montaño

El texto original en catalán “Spinoza reloaded. Estructures i política en Frédéric Lordon” fue publicado en Agon. Qüestions Polítiques, 15 de diciembre, 2015.


Lordon y el "giro afectivo"

Decía Toni Negri en la presentación de su libro El poder constituyente, el 17 de abril de 2018 en Barcelona, que cuando estuvo en prisión no leyó a Marx --como sí había hecho su contemporáneo Álvaro García Linera--, sino que leyó a Spinoza. Y es que los autores que se enmarcan dentro de la escuela llamada Teoría Italiana, tienen una enorme deuda con el filósofo holandés. Si bien la gramática política que se impuso con la llegada de la modernidad (pueblo-Estado-soberanía) fue una gramática hobbesiana, parecería que después de la derrota del largo '68 se empezó a construir, a medio camino entre el exilio, la militancia y la academia, una filosofía política heterodoxa tanto en el marxismo como en la gramática política moderna.

El autor y los libros que nos ocupan se enmarcan dentro de un objetivo diferente, pero no por ello menos ambicioso. Realiza un balance diferente entre Marx y Spinoza (inclinándose por el segundo) que le permite no entrar a discutir elementos escolásticos en la tradición marxista, y partir de Spinoza para ir siempre un poco más allá, con la intención de construir una "ciencia social spinozista". Lordon plantea que tras el "giro lingüístico" de las ciencias sociales, ahora estaría produciendo (y él sería uno de los protagonistas) un "giro afectivo", es decir, una teoría centrada en el estudio del conjunto de pasiones que nos conducen a obrar.

En este texto trataremos principalmente dos libros, La sociedad de los afectos. Por un estructuralismo de las pasiones (Lordon, 2018) y Los afectos de la política (Lordon, 2017), con el objetivo de explicar dos nociones clave en Lordon, como son el estructuralismo de las pasiones y la política como el arte de producir afectos.

24 mayo, 2024

Los individuos en la multitud

Francisco Javier Espinosa Antón, “Los individuos en la multitud”, en Co-herencia, vol. 15, núm. 28, 2018, pp. 183-207. Las negrillas son mías. PDF

Francisco Javier Espinosa Antón

La filosofía política de Spinoza se basa en los conceptos de potencia y multitud, pues, para él, el poder se define por la potencia de la multitud. La cohesión de la multitud es capital para que tenga potencia política. Pero esta cohesión no deriva de la homogeneidad de los individuos, sino que la fuerza de la multitud depende de la riqueza y la diversidad de sus individuos, juntamente con la unión que proporciona la búsqueda del bien común. De esa manera la pluralidad y riqueza de individuos diversos, autónomos y críticos, no debilita la comunidad política, sino que la potencia, ni la individualidad se pierde en la multitud, sino que se fortalece.

La potencia de individuos y multitudes

Spinoza nos propone hablar de lo político, no desde unos principios trascendentes al mundo político, como estructuras ideales o modelos imaginarios, ya sean teológicos (como los de La Biblia), históricos (como el destino de una casa real) o morales (como los espejos de príncipes), sino desde dentro, desde la pura lógica de la dinámica política. Parece decirnos: consideremos lo que pasa cuando se encuentran individuos y grupos de individuos, tal y como son en la realidad, organizando su convivencia y descubramos así las leyes internas de la política. La filosofía política de Spinoza no es un proyecto omnipotente de organización de la sociedad, sino reflexiones sobre intervenciones en las coyunturas de acontecimientos aleatorios, producidos por el juego incesante de las pasiones humanas (Ansaldi, 2006, p. 220). Spinoza no busca inventar un hombre nuevo de una naturaleza diferente, es decir, hacer un proyecto ideal, lo que suele desembocar en prácticas totalitarias, sino que se esfuerza en pensar las condiciones que permiten al hombre, tal como es en la realidad, alcanzar el máximo de potencia y libertad, evitando la utopía devastadora y la resignación fatalista (Jaquet, 2008, p. 17).

Cuando partimos de lo que son los hombres en realidad, entendemos que cada individuo tiene una esencia, unos rasgos característicos, de la que se derivan unas acciones. Eso es lo que los hombres pueden hacer, es su poder, que Spinoza llama “potencia”. Y así liga nuestro autor el concepto político del poder con el concepto ontológico de potencia: todo individuo tiene derecho a lo que está en su poder de acción, en su potencia (Tratado teológico-político, Pref. 11; cfr. 16, 189; 16, 190). Cuando se encuentran varios individuos en una comunidad se produce un choque de la potencia de unos frente a la de otros, de modo que el poder político resulta de las composiciones de potencias individuales de actuar que se dan en esa comunidad. “Potencia” es el primer concepto de la filosofía política de Spinoza.

Las potencias individuales pueden chocar conflictivamente y desgastarse mutuamente hasta caer todos los individuos en la impotencia, o pueden compaginarse, de modo que se construya una comunidad y la potencia colectiva refuerce la individual. Esto último es lo mejor para los individuos: juntar las potencias individuales en una colectiva, constituyendo una comunidad política. Vivir solo es vivir en la impotencia, pues, por muy fuerte y listo que uno sea, tiene que dormir y entonces hasta el más débil lo puede matar. En cambio, varios, ayudándose en las cuestiones de supervivencia, valen más que uno solo. Dos unidos tienen más que poder que dos separados y muchos tienen más poder que dos: cuanto más sean los que unen sus vínculos, más derecho tendrán todos unidos (TP 2/13; Ét. 4P18S). Aquí es donde entra el segundo concepto de la política de Spinoza: la multitud. Vivir dentro de la potencia de muchos, de la multitud, es tener mucha más potencia (poder hacer muchas más cosas) y mucho más poder político. Pero para vivan juntas las potencias individuales en una comunidad política, el derecho de cada uno no se debe determinar por su fuerza y sus deseos individuales, sino por la voluntad de todos a la vez (TTP 16: 191; TP 2/15; cfr. Ét. 4P37S2), por la potencia colectiva. El término “multitud” juega en el Tratado Político un papel preponderante en conexión con el de potentia. Los dos principios básicos de su filosofía política son que el poder y el derecho dependen de la potencia y que muchos, una multitud, tienen más potencia y, por tanto, más poder que uno.

La palabra “multitud” adquiere este significado aritmético-político en el Tratado político. Pero, como dice Ericka Tucker (2015, pp. 187 y ss.), antes hay toda una historia de evolución en cuanto a la concepción de Spinoza sobre la multitud y a la utilización del término. En su juventud, Spinoza está lleno de esperanza sobre la transformación de la gente común. Por esto dice en el Tractatus de intellectus emmendatione que su meta es que muchos (multi) concuerden con sus ideas y sus deseos, para lo que se necesita construir una sociedad en la que la mayor parte de la gente de la manera más fácil alcance esas ideas y esos deseos (TIE § 14). Aunque en esta obra usa el término “vulgus”, Spinoza no desprecia a la gente común (Cfr. Tucker, 2015, p. 189). Algunos años después, hacia 1665, en la Carta 30 dice que quiere extirpar los prejuicios de los teólogos “de las mentes de los más sensatos” (Ep. 30): ya no se refiere a la gente común o a los muchos. Un poco más tarde, en el Prefacio del Tratado teológico-político de 1670 dice que no escribe ese libro para todo el mundo y que “es imposible que el vulgo se libere de la superstición” (TTP, Pref., 12). En esta obra, usaba Spinoza el término “multitud” en el sentido corriente de su época, como sinónimo de “vulgo” y “plebe”. Designaba un conjunto de individuos pasivos, que podían ser fácilmente gobernados mediante supersticiones (TTP, Pref., 6), que se corrompían por las pasiones de la avaricia y el lujo (TTP, 17, 203) y que podían ser incitados a comportarse ferozmente contra hombres honrados (TTP, 18, 225). Se trataba, pues, de gente con una cierta debilidad epistemológica, ética y política (Balibar, 1985, p. 298; cfr. Montag, 2005, pp. 101 y ss.), pues no conocían bien las cosas, estaban presos de las bajas pasiones y eran fácilmente manipulables. Spinoza tenía en mente algunos comportamientos de las masas azuzadas por los predicadores y utilizadas por los orangistas, como los que sucederían en 1762, cuando una multitud torturó, mató y despedazó a los hermanos de Witt: estaba tan indignado, cuenta Leibniz, que quería salir a la calle y poner en el lugar de su muerte la pintada “Ultimi barbarorum”, pero su hostelero le cerró la puerta para impedirle salir y así consiguió que no le descuartizaran también a él (Domínguez, 1995, p. 199).

Así que se fue produciendo una desvalorización de la multitud a medida que transcurría la vida de Spinoza. Pero en el Tratado político, que estaba escribiendo en los últimos días de su vida y dejó incompleto, no queda ni rastro de la concepción negativa de la multitud. El cambio quizá se haya producido por la propia dinámica interna de su filosofía bajo el detonante de la lectura de los Discorsi de Maquiavelo. Las reflexiones que estaba haciendo para su Ética sobre cómo se articulan los cuerpos (un ser posee mayor potencia cuanta mayor variedad de elementos tiene, junto con una determinada ratio que los unifica (Cfr. los párrafos posteriores a E2P13 y las aplicaciones que hace de ellos a la vida activa humana en las dos últimas partes de la Ética) tenían que afectar, pronto o tarde, a sus consideraciones políticas: cuantos más elementos y más variados se den en una comunidad política bajo la guía de un principio que los unifica, más fuerte será esa comunidad y tendrá más potencia. Esta idea que probablemente se estaba gestando en la mente de Spinoza, eclosionó quizás cuando leyó la obra de Maquiavelo, en la que no menospreciaba a la multitud frente a los nobles y los príncipes, sino que, defendiendo que la naturaleza humana es la misma en nobles que en plebeyos, señalaba incluso que la virtù de la multitud era mayor que la del príncipe. La influencia de Maquiavelo se ve en TP VII/27, que es muy parecido a un texto suyo (Maquiavelo, 1987, pp. 168-169).

Por otra parte, es muy probable que Spinoza, que tenía el De cive de Hobbes, hubiera tenido en cuenta las reflexiones de éste sobre las diferencias entre multitud y pueblo: el filósofo inglés quería distinguir entre multitud y pueblo para legitimar a los gobernantes identificándolos con el pueblo y para negar toda agencia política a los súbditos, a los que llama “multitud” (Hobbes, 1987, vi, 1 y nota; xii, 8). Justamente esto es lo que quiere impedir Spinoza y por eso, quizás, utiliza, contra Hobbes, el término “multitud”: los derechos de los individuos en el estado de naturaleza no desaparecen, según Spinoza (EP 50, 238-239), en la comunidad política, por lo que la multitud no deja de ser multitud, ni se convierte en pueblo (en sentido hobbesiano), cuando se institucionaliza la comunidad política; los súbditos no son meramente súbditos, sino que siguen siendo agentes políticos. La potencia de la multitud es inmanente a ella e intransferible a un representante (Yebra, 2013, p. 325), frente a Hobbes. La multitud no es una persona imaginada, sino una realidad histórica en cada comunidad política (Celikates, 2006, p. 50). Las teorías de la multitud actuales, que siempre señalan la filosofía política de Spinoza como un referente, en general quieren indicar que hay un fondo irreductible que no se deja comprar por los poderes políticos, ni se deja unificar y homogeneizar en alguien que lo represente en un sistema político, que hay una agencia política que puede cambiar los sistemas políticos, que hay algo que está en permanente lucha con el poder establecido (Yebra, 2013, pp. 336).

Pero quizá algunas de las teorías actuales de la multitud se han separado de las ideas de Spinoza cuando atribuyen a la multitud un poder indestructible (Cfr. Yebra, 2013, p. 334) y un comportamiento como si la multitud fuera casi causa sui, como si estuviera en el origen con una potencia infinita que se despliega necesariamente. Habría que estar de acuerdo con Cristofolini en que, según el pensamiento de Spinoza, la multitud no es causa sui (sólo es un modo y no es la Substancia) y que las interpretaciones que atribuyen a la multitud alguna forma de espontánea sabiduría democrática auto-organizada, capaz de asegurar un futuro positivo, tienen que ser consideradas místicas (Cristofolini, 2004, p. 1). La multitud, o mejor, las multitudes de las diferentes comunidades políticas son redes contingentes de singularidades contingentes diversas (Moreau, 1985, pp. 364 y ss.).

Por un lado, podríamos decir que Spinoza, dada la abundantísima utilización en sus obras del conatus del individuo como base de su sistema, sigue el individualismo metodológico, tan dominante en su época. Desde este punto de vista, el problema sería cómo pasar del individuo egoísta a la cooperación social (Cfr. Peña, 2017, p. 319 y ss.). Pero, por otra parte, quizá el concepto de multitud, quae veluti una mente ducitur, nos indique que Spinoza se aleja un tanto del individualismo y hace aparecer la dimensión propia de lo político en una tercera vía, también alejada del camino de las visiones teocráticas organicistas, contra las que se estaba estableciendo el espacio de los derechos individuales (Cfr. Moreau, 1985, pp. 364 y ss.). Para Spinoza, tal vez no hay primero un estado de naturaleza individual y luego una sociedad, sino que se da simultáneamente individualidad y socialidad. Partir del individuo y sus derechos no tendría sentido para él, ya que un individuo apenas tiene poder y derechos, y sería como asentar la teoría política en opiniones y no en hechos (Cfr. TP ii, 15) (Campos, 2012, p. 117). La tercera vía que supondría el concepto “multitud” solucionaría el problema metodológico de las vías del individualismo y el organicismo, ya que partiría de una real multiplicidad de individuos diversos, pero que tienen una agencia común en la política. Es, pues, la multitud un concepto en el que lo común y lo individual se validarían mutuamente y se harían realidad, por lo que la filosofía política de Spinoza no caería ni en una unidad colectiva cerrada y homogénea, ni en la vaguedad de individuos aislados impotentes (Campos, 2012, p. 123).