14 septiembre, 2024

Vestigia: Si Althusser fuera spinozista...

Reseña de Juan Domingo Sánchez Estop, Althusser et Spinoza: Détours et Retours, Bruselas, Ediciones de la Universidad de Bruselas, 2022. Extraído del blog Unemployed Negativity.

                                        Jason Read / Trad. Alfredo Lucero Montaño

Una de las lecciones fundamentales de Althusser, que permanece más allá de los debates sobre las rupturas epistémicas, el joven Marx y el verdadero Marx, es que la filosofía y la política de Marx deben ubicarse no en esta o aquella cita o pasaje aislado, sino como algo que atraviesa la totalidad de su obra. La condición de causalidad inmanente es una lectura de la filosofía misma como el despliegue inmanente de ideas que son tanto más importantes porque son omnipresentes, ubicadas no en este o aquel pasaje, sino en la totalidad de la obra. En cierta medida, Althusser et Spinoza: Détours et Retours de Juan Domingo Sánchez Estop hace un trabajo similar sobre Althusser, buscando el spinozismo de Althusser no sólo en los pocos pasajes bien conocidos del ensayo Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Para leer “El Capital” y Ensayos de autocrítica donde se cita a Spinoza por su nombre, sino también en la forma en que el pensamiento o la práctica filosófica de Spinoza atraviesan la obra de Althusser.

No hay un Spinoza detrás de la escritura de Althusser, que funcione como núcleo secreto, como una causa transitiva detrás de escena, sino diferentes compromisos con Spinoza a lo largo de la trayectoria, un Spinoza que existe solo en términos de sus efectos. Sánchez Estop lee a Althusser y Spinoza al unísono, leyendo uno a través del otro. Cuando se trata de los primeros trabajos de Althusser sobre el humanismo, Sánchez Estop se basa en la atención de Spinoza a la historia específica de una enunciación para involucrarse en la política específica del humanismo en los años sesenta. En otras palabras, lejos de ser una noción común, o incluso una idea general, el "humanismo" tiene que ser entendido como una intervención particular que significa cosas diferentes en diferentes momentos. El humanismo de Feuerbach no es el mismo que el humanismo del PCF. Así como Spinoza sostiene que el sentido de la profecía debe entenderse en términos de la comprensión y la situación de su enunciación, lo mismo es cierto para las polémicas en torno al humanismo.

Sánchez Estop cita a Althusser en una entrevista de 1966, en la que afirma que "el Tractatus Theologico-Politicus es El Capital de Spinoza, porque Spinoza se preocupa sobre todo de la historia y la política". Esto puede parecer sorprendente, pero tendría más sentido que Althusser, especialmente el Althusser de los años sesenta, relacionara El Capital con la Ética, dos obras sistemáticas en las que su presentación (Darstellung) es parte integral de su articulación de una "ciencia" que rompe con el imaginario de la experiencia. Como nos recuerda Sánchez Estop, cuando Spinoza aparece por primera vez por su nombre en la obra de Althusser, es un "teórico de la lectura y de la historia", lo que es otra forma de decir que para Althusser El Capital es, ante todo, una crítica de la economía política a través de una lectura de la economía política, una lectura que produce una teoría del capital a través de lo que la economía política clásica no puede ver (y no puede ver lo que no ve). La referencia a Spinoza, en lugar de a Freud, subraya la dimensión política de la lectura sintomática. Si bien gran parte de los escritos sobre Althusser y Spinoza se centran en la Ética, sobre todo en el Apéndice, Sánchez Estop sostiene que el Tractatus Theologico-Politicus ejerce una influencia igual, aunque su idea del sentido inmanente, de dar sentido a las Escrituras a partir de las Escrituras, también está influida por la filosofía de la ciencia.

La tendencia de Althusser a recurrir a múltiples fuentes (el psicoanálisis, la filosofía, la historia de la práctica marxista) produce sus propias divisiones y tensiones en el texto de Althusser. La tensión con la historia más compleja es la que separa al psicoanálisis de los elementos spinozistas. En el núcleo de “El objeto del capital” hay un intento de unir dos conceptos, la causalidad metonímica y la causalidad inmanente, para pensar la estructura capitalista como algo que está ausente y en sus efectos al mismo tiempo. Como escribe Althusser:


La estructura no es una esencia exterior a los fenómenos económicos que llega a alterar su aspecto, sus formas y sus relaciones y que actúa sobre ellos como una causa ausente, ausente porque está fuera de ellos. La ausencia de la causa en la "causalidad metonímica" de la estructura sobre sus efectos no es culpa de la exterioridad de la estructura respecto de los fenómenos económicos; por el contrario, es la forma misma de la interioridad de la estructura, en cuanto estructura, en sus efectos. Esto implica, pues, que los efectos no están fuera de la estructura, no son un objeto, un elemento o un espacio preexistente en el que la estructura llega a imprimir su marca: por el contrario, implica que la estructura es inmanente a sus efectos, una causa inmanente a sus efectos en el sentido spinoziano del término, que toda la existencia de la estructura consiste en sus efectos, en una palabra, que la estructura, que no es más que una combinación específica de sus elementos peculiares, no es nada fuera de sus efectos.

Como escribe Sánchez Estop, "ciertamente en términos del síntoma (aunque este término no existe en Spinoza) hay entre Spinoza y Lacan numerosos puntos comunes, pero el lacanismo se constituye en parte a partir del reconocimiento de la causa del deseo como una causa metonímica (ausente), mientras que la teoría spinozista del deseo se funda en la causalidad inmanente de Dios como ese Deus quatenus (Dios en cuanto X) que es cada individuo humano como cualquier parte de la naturaleza". Como demuestra Sánchez Estop, la tensión entre estos dos conceptos se elaboró en una serie de cartas entre Macherey y Althusser en las que el primero planteaba la cuestión de hasta qué punto la naturaleza ausente de la causa postulaba una concepción espiritual del todo que existía detrás de sus partes. (Esto es también algo que Montag analiza en su libro Althusser y sus contemporáneos). El debate dio lugar a revisiones del texto de Althusser en ediciones posteriores que suprimieron las referencias al todo y la metáfora del teatro para clarificar la idea de la causa inmanente. Sánchez Estop muestra que la tensión no es sólo entre la causa como un todo y sus partes, entre un concepto latente de causa transitiva que rige la imagen de un teatro (es difícil imaginar una obra sin su autor o su guión), sino entre la ausencia que rige la metonimia y la presencia excesiva de la causa inmanente. La ruptura con los modelos lineales y holísticos de causalidad no se produjo de una vez por todas, sino que fue un proceso de transformación permanente.

Sánchez Estop sostiene que estas revisiones y pasos parciales no sólo tienen como objetivo aclarar lo que está en juego en la causalidad inmanente, sino en última instancia unir dos de los conceptos fundamentales de Althusser de los años 60, la causalidad inmanente y la sobredeterminación, la estructura y la coyuntura. Tal como Etienne Balibar describe esta trayectoria:

En primer lugar, esta concepción de una causalidad sobredeterminada suprime inmediatamente la oposición tradicional entre "estructura" y "coyuntura"; mejor dicho, sugiere que estos dos términos son recíprocos. Ya no se trata de considerar la coyuntura como un breve momento en la vida de una estructura o como una transición entre etapas sucesivas de la estructura, porque la realidad de la estructura no es otra cosa que la sucesión imprevisible de coyunturas; por el contrario, la coyuntura no está determinada más que como una cierta disposición de la estructura.

Como sostiene Sánchez Estop, el intento de pensar la coyuntura como estructura, o la estructura como coyuntura, de pensar una esencia como su existencia, como sus relaciones, es la base para un retorno y una renovación del compromiso con Spinoza. Como escribe Althusser, "en el buen marxismo spinozista, la esencia y la existencia no existen en dos etapas: la esencia sólo existe en su existencia, en las condiciones de su existencia". En otras palabras, decir que una causa existe sólo en sus efectos es también decir que no tiene existencia fuera de sus condiciones. No hay esencia fuera o detrás del mundo, sino sólo la existencia real de aquello que siempre está ya afectado o modificado. Desde esta perspectiva, el giro de Balibar hacia la transindividualidad no es una ruptura con la causalidad inmanente, un paso de la ontología a la antropología, sino una continuación. Como escribí en mi prefacio al libro de Balibar:


La transindividualidad no es sólo un valor ético o político, sino en última instancia un replanteamiento de la causalidad, de la forma en que las cosas singulares se ven afectadas y determinadas por sus relaciones. Hay ecos aquí de la invocación original que Althusser hace de Spinoza en Leer el Capital como un nuevo modelo de causalidad, que va más allá de la causalidad lineal (o transitiva) de tipo empírico y la causalidad expresiva de Hegel. En ese texto, la causalidad era una cuestión de pensar la estructura social, el modo de producción como causa inmanente, como una causa que existe sólo en y a través de sus efectos; el retorno de Balibar a la causalidad tiene menos que ver con un intento de pensar la causalidad última del modo de producción sobre otras estructuras, sino con entender cada cosa singular como necesariamente determinada por una intersección de causas y, por lo tanto, la naturaleza singular necesaria de cada relación causal.

En otras palabras, decir que la estructura sólo existe en sus efectos tiene como corolario o consecuencia la afirmación de que el individuo sólo existe en sus relaciones. Esto no quiere decir que causa inmanente, coyuntura y transindividualidad sean lo mismo, que haya desplazamientos y tensiones necesarios, pero existen como relaciones del mismo problema, o problemática, planteada por Althusser.

Esto es igualmente cierto en lo que respecta a la práctica filosófica de Althusser: es una práctica que existe en términos de sus relaciones. Spinoza siempre es pensado en relación con Marx, así como en relación con Maquiavelo. Es un Spinoza leído a través de Maquiavelo lo que hace posible pensar lo que Althusser llamó el caso singular, en otras palabras, pensar lo singular como nada más que relaciones comunes, y las relaciones comunes como la expresión de lo singular. Althusser es más interesante como pensador cuando produce estas mezclas conceptuales, leyendo a Spinoza con Marx, a Mao con Freud o a Maquiavelo con Lenin, pero eso no significa que todas funcionen. Sánchez Estop se esfuerza mucho por rastrear el último encuentro de Althusser con Spinoza, el Spinoza del materialismo aleatorio. Por mucho que Sánchez Estop haga un brillante trabajo al excavar la comprensión de los atributos, la no relación de ideas y cosas que subyace a la idea de Althusser de un encuentro, la relación entre lo aleatorio y la determinación sigue siendo más una no-relación que una relación.

El libro de Sánchez Estop termina con imágenes de los manuscritos de Althusser sobre Spinoza. Estas notas son parciales, unas cuantas páginas sobre el concepto de causalidad de Spinoza, unas cuantas sobre Maquiavelo y Spinoza, y unas cuantas sobre Hobbes y Spinoza. Son quizás menos de lo que uno esperaría en términos de cantidad y calidad, no hay una lectura exhaustiva de la Ética o el TTP, pero tal vez sea porque el Spinoza de Althusser existe en sus efectos, en las transformaciones del concepto de ideología, causalidad y estructura.

07 septiembre, 2024

Spinoza y el poder

Traduccción de Alexandre Matheron, Spinoza and Power, en Filippo Del Lucchese et al. (eds.), Politics, Ontology and Knowledge in Spinoza, Edinburgh, Edinburgh University Press, 2020, pp. 210-223.                                                                                                      

                                          Alexandre Matheron / Trad. César Panza*

                                          I. Introducción

¿Qué es el poder? ¿Por qué deseamos ejercerlo sobre los otros? ¿Por qué deseamos que los otros lo hagan sobre nosotros? ¿Qué formas toman estas relaciones de poder en las diferentes esferas de nuestra existencia? ¿Cuán lejos se extienden sus efectos? ¿Son estos efectos insuperables? Todos estos asuntos, que se plantean de nuevo hoy, estaban, en cierto sentido, en el propio centro de la problemática antropológica del siglo XVII: generalmente eran tratados bajo la rúbrica de una “teoría de las pasiones”. Es cierto que, cuando se trataba del poder político, tendía a pasar al primer plano un tipo de investigación totalmente diferente: la que se sostiene sobre sus fundamentos jurídicos (el “derecho de los soberanos” y los “deberes de los súbditos”), y en relación a la cual el análisis de las modalidades de su ejercicio real (los “medios de contención de la multitud”) parece tan solo un familiar lejano. En la medida en que también allí se buscaban respuestas por el lado de una antropología, se desprendían todo tipo de aporías – como, por ejemplo, en la prodigiosa obra de Hobbes. Pero Spinoza, por su parte, cortó el nudo gordiano: al identificar, a través de Dios, derecho y hecho, él abolió toda distancia y todo conflicto entre la problemática de la legitimidad y la del funcionamiento real; la primera se resolvió pura y simplemente en lo última, lo cual ya nada podía impedir que ocupase, en todos los niveles, la totalidad del terreno. De aquí se sigue una teoría general del poder – tanto del poder político como del poder no político, de los “micro-poderes” así como también de los “macro-poderes”, tanto de sus desplazamientos como de sus interacciones – todo lo cual, y esto es lo menos que se puede decir, está lejos de haber perdido su interés. Nos proponemos proporcionar aquí sólo un breve esbozo de esta teoría.

II. El poder es la alienación de la potencia, y la potencia de un ser es la productividad de su esencia

El poder (potestas) es una derivación, en parte real y en parte imaginaria, de la potencia (potentia). Por lo tanto, debemos comenzar con la potencia para comprender al poder ¿Deberíamos, por ende, empezar por la potencia del ser humano? Sin duda, pero no lo humano en cuanto humano, como si algún privilegio particular lo distinguiese radicalmente de los otros seres: la originalidad de la “antropología” spinozista, si se le puede llamar así por conveniencia, yace en que no tiene nada de específicamente antropológica. La potencia de un ser, cualquiera que este sea, es la productividad de su esencia: es este ser sí mismo en la medida en que está necesariamente determinado a producir las consecuencias que se siguen de su naturaleza. (E3p7) Así, todo en la naturaleza es potencia. Dios es potencia causal absoluta: produce en sí misma (ya que nada es externo a él) todo lo que no es lógicamente contradictorio. (E1p16, 35) Todo ser finito, en la medida en que él mismo es parcialmente Dios, tiene una potencia causal que es una parte de la de Dios: produce, dentro o fuera de ella, efectos que se siguen de su propia naturaleza; (E1p36) y como estos efectos no pueden estar en contradicción con tal naturaleza, (E3p4) tienen como resultado, dejando de lado las interferencias externas, su mantenimiento en existencia a la manera de una estructura autorregulada. Pero hay interferencias externas; porque una cosa finita solo puede existir al lado de otras cosas finitas, que actúan sobre ella y constituyen un obstáculo para el pleno despliegue de sus efectos; debido a que permanece, a pesar de todo, determinada para producir estos efectos, podemos decir, sin antropomorfismo alguno, que se opone a todo lo que se le oponga. (E3p5dem, p6dem) De aquí obtenemos la conocida fórmula: cada cosa, en la medida de su potencia causal, se esfuerza (conatur) por perseverar en su ser. (E3p6) Esta afirmación es muy diferente de la de Hobbes, a pesar de las apariencias. Este último distingue entre conservación orgánica, que es su propio fin, y una potencia que consiste en el conjunto de medios que potencialmente podría ponerse a trabajar para lograrlo; que, en la medida en que los otros aparezcan como un medio más, conduce muy directa y simplemente a una teoría instrumental de las relaciones de poder; y que, al mismo tiempo, hace de estas relaciones un atributo propio de una naturaleza humana definida por el cálculo racional. Nada por el estilo en Spinoza: la conservación y la potencia son idénticas. Todo ser, en cada momento, hace necesariamente todo lo que puede y, mientras puede hacer algo, se conserva a sí mismo. Este esfuerzo, o conato, es el deseo. El deseo es siempre legítimo: dado que nuestra potencia es la potencia misma de Dios, tenemos derecho a hacer todo lo que estamos decididos a hacer, nada más y nada menos. (Tratado Teológico Político, XVI; Tratado Político, II, 3–4) Es imposible, en estas condiciones, relacionar inmediatamente poder con potencia; ni la piedra ni el sabio, que sin embargo tienen su propio conato, desean dominar nada. Por lo tanto, debemos introducir aquí una hipótesis mínima: si bien el ser humano tiene un cuerpo lo suficientemente complejo (E2p13post); como para que su mente pueda imaginar, con relativa claridad, los cuerpos externos y ciertos eventos que le suceden (E2p17), inicialmente no es tan potente que el determinismo de su propia naturaleza prevalezca en él por encima de las influencias del exterior; (E4p6) y esto, por supuesto, también aplica a otras especies biológicas, de hecho, a una infinidad de especies concebibles. Por lo tanto, a través de la mediación de una relación con las cosas y la representación de esta relación, se posibilita el dar cuenta tanto de la demanda de poder como de la oferta de poder.